En este pequeño pueblo de 400 habitantes, podemos disfrutar de los preciosos paisajes que nos brindan las cuatro estaciones: bañarnos en las aguas naturales del Río Jevero, procedentes de la cascada La Cervigona; pasear o recorrer en bicicleta por senderos que nos permiten respirar aire puro y sentir los aromas de la naturaleza, disfrutando, por ejemplo, en mayo de la explosión de colores que trae la primavera. En invierno no suele nevar, pero se puede contemplar, a lo lejos, las cumbres nevadas de las montañas.
Estamos situados en las faldas de la montaña sagrada del Jálama, desde donde la antigua diosa Salamati (diosa del agua) nos observa. La tranquilidad que nos ofrece una finca de olivos, naranjos y frutales, acompañados por el sonido del río nos permite relajarnos. En otoño, los colores cambian a tonos cálidos, como el color del aceite que produce la finca, y disfrutamos de un clima templado, ni frío ni calor.
Históricamente, Acebo y los pueblos cercanos han sido habitados por diversas civilizaciones: primero por antiguas poblaciones que adoraban al dios de la materia, seguidas por los Celtas procedentes del norte, luego los Romanos, después los Árabes, y más tarde reductos de los últimos Templarios (por ejemplo, en Valencia de Alcántara) y la fundación del primer monasterio franciscano en España con la venida de Francisco de Asís. La región conserva castillos, ruinas célticas, antiguas iglesias, conventos y monasterios, así como bosques de robles, castaños y madroños, con un paisaje verde, fértil y lleno de agua. Todo esto permite, además de los trabajos realizados con Caty Marí, disfrutar de caminatas o excursiones y descubrir lugares cuya energía, belleza o historia los hacen inolvidables.